Alerta roja
0:53Dos minutos. Tormenta perfecta. Tus vigas maestras desmoronadas. Calado hasta los huesos con el frío metido en el alma y la jodida incertidumbre de no saber qué te encontrarás cuando la noche termine y no tengas morada a la que aferrarte. En una semana en la que el miedo volvió a hacer acto de presencia en cientos de hogares y, cuando faltan pocos días para rememorar una de las peores tragedias que ha sufrido nuestra tierra, el Valencia se disfrazó de metáfora para recordarnos lo sencillo que resulta convertir en papel mojado el trabajo de toda una vida.
Ciento veinte segundos. De admirar el cielo al derrumbe del techo. De la ilusión a la desesperanza. Del sueño al insomnio de volver a mirar a la cara fantasmas que creías haber extinguido. Nada más lejos de la realidad. El equipo de Corberán volvió a regalarnos otro partido indigno para nuestras retinas, desaprovechó una mínima ventaja para acabar cayendo en Mestalla frente a un recién ascendido y dejó a las más de cuarenta mil personas que un martes por la noche asistieron al templo con la sensación de que todo lo que confiaban en haber reconstruido vuelve a hundirse bajo la desidia, la incompetencia y la falta de ambición.
Con un centro del campo totalmente carente de imaginación, la intensidad en paradero desconocido y el conformismo de pensar que no merecías ir por delante en el marcador, la única genialidad del partido quedó reducida a anécdota, y al Oviedo le bastó, con sus pocos recursos, para penalizar tus múltiples errores y llevarse tres puntos que, aun sin ganarlos por méritos propios, te animaban a levantar la cabeza y volver a verte en la zona noble de la clasificación. Pero aquí estamos de nuevo. Here we go again. Con un equipo similar al que obró el milagro de la salvación la pasada temporada, pero que parece necesitar sentir el calor del infierno en sus botas para mostrar tensión competitiva. Sin objetivo, exigencia ni peligro a la vista en el corto plazo, el Valencia se convierte en una amalgama de perfiles que no logra ilustrar ni un triste bosquejo del dibujo que, en teoría, tiene en la cabeza su entrenador.
Un técnico que salió en rueda de prensa en modo mártir, contándonos lo jodido que está después de dejar a los miles que nos reunimos en el estadio sin un triste mendrugo que llevarnos a la boca, tratando de disculpar lo que a las claras parece un error colectivo en errores con nombre y apellido, poniendo dorsales a las fatalidades y, quizá, gastando una de las balas que nunca debe usar un entrenador que quiere tener al vestuario de su lado. Una serie de catastróficas desdichas que tienen más de causalidad que de casualidad y que dejan al equipo en una más que delicada situación antes de visitar al colista de la categoría.
Pese a todo, la historia pudo ser diferente. Dicen que los penaltis son una lotería y que hay que encomendarse a la diosa fortuna para que la moneda caiga de cara, pero cuando te has dedicado durante noventa minutos de partido a destrozar boletos y te juegas todo tu capital a una sola participación, lo más lógico es que termines en la más absoluta bancarrota. Y sin techo al que aferrarte, te vuelves a quedar en la miseria mendigando puntos para volver a reclamar una ley de la segunda oportunidad a la que ya te acogiste la pasada temporada.
Creímos en la reconstrucción, nos unimos como pueblo para salvar a los nuestros, les dimos todo nuestro aliento con la esperanza de un futuro mejor y, después de conseguir lo que parecía abocado al desahucio y tras un verano más repleto de fe que de certezas, volvemos a encontrarnos con los pies mojados y sin saber hasta dónde volverá a subir el nivel del agua. Estamos en alerta roja y no parece que haya barranco en el club que se haya limpiado debidamente. Y esta vez nadie puede decir que no sabíamos lo que se nos venía encima. Coger aire o morir ahogados. Esa es la cuestión.
- Yeray Fita (@yerayfn)
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