Pesadilla en Johan Street

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Despertarse dormido. Una dicotomía tan antónima como complicada. La desagradable sensación de ser prisionero de tu propio cuerpo, la angustia desmedida de que tu sistema nervioso decida independizarse de tu voluntad y cada parte de tu anatomía quede amordazada, mientras tú, completamente desesperado, recorres con la mirada el techo en penumbra de tu habitación buscando una mano amiga que te libere de la prisión de Morfeo y te devuelva a la vida.

Si hoy la plantilla de Corberán me confesara que sufrió parálisis del sueño durante los noventa minutos en el Johan Cruyff, yo solo podría agachar la cabeza, negar cabizbajo y desearles que la semana que viene, frente al Athletic, recuerden lo importante que es el escudo que llevan en el pecho. Porque la realidad, amigos míos, es que la auténtica pesadilla la vivimos nosotros. 

Después de una semana de comidas de conjura, el Valencia afrontaba su tercer enfrentamiento contra Flick con un parcial de 12-1 en contra, un Barça sin su estrella y la convicción de que nuestro profesor y sus noches sin dormir sirvieran, al menos, para evitar los bochornos de la pasada temporada. Con una línea de cinco defensas, cerrando los boquetes a la espalda, juntando filas y dos puñales en las bandas que debían rasgar el lumbar de un conjunto blaugrana que, además, había pecado de cierta falta de intensidad en las primeras jornadas de Liga.

Nada más lejos de la realidad. El doble pivote Santamaría-Guerra fue incapaz de enlazar dos pases seguidos con un balón que solo volaba de los pies de Julen hacia una defensa que permitía al Barcelona campar a sus anchas como Pedri por su casa. La dupla de Casadó con el canario se adueñó absolutamente de un esférico que, como acostumbra contra el Valencia, encontró en un Fermín indetectable el socio perfecto para destrozar una defensa que solo compareció durante 45 minutos con la intensidad que se presupone a un equipo de Primera División. La clarividencia del onubense en su máxima expresión: una masterclass excelsa de cómo debe actuar un mediapunta. Tras un pase dibujado con escuadra, cartabón y al primer toque de Ferran, el de la Masía escribía la primera línea de otra noche negra para el Valencia de Meriton.

Sin cambios en el plan y con el consuelo de irse solo 1-0 al descanso, nuestro equipo salió dormido con los ojos abiertos a la reanudación. A Copete se le congelaba la pierna en el peor momento, Julen olvidaba que tenía manos y el once al completo, sin excepción, se convirtió en una maraña de muertos vivientes zarandeados sin cuartel, compasión ni juicio justo. Encañonados a bocajarro. Un genocidio futbolístico que, sin piedad, vuelve a dejar al equipo como una ristra de desmembrados a la que solo unos pocos locos seguimos defendiendo sin justificación lógica. Una pesadilla en su definición más precisa.

Ellos se durmieron y, a nosotros, de nuevo nos vuelven a desvelar. Para regresar otro lunes a un trabajo al que ya hace tiempo no entramos con esa sonrisa de oreja a oreja que se dibuja cuando sumamos de tres. Otra página infame de un equipo que ha dado la vuelta a todo lo que creímos durante tantos años; con el que antaño solíamos soñar despiertos y con el que, desgraciadamente, ahora solo podemos justificarnos diciendo que despertaron dormidos. Con la única esperanza de que, algún día —sin saber muy bien cómo ni cuándo— vivamos tiempos mejores y podamos decir que todo esto no fue más que un mal sueño.

Yeray Fita - @yerayfn


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